18.4.18

Tómelo si quiere por el lado de los pesos y los centavos y le convenceré de inmediato cuando le diga que una buena línea para pescar a mosca cuesta unos 50 euros. Si le dicen que menos de la mitad, revise las especificaciones; si más de lo que decimos, pues con más razón atienda: la línea de impulso del equipo mosquero hay que cuidarla no por lo que cuesta, sino por lo que vale: es el componente esencial de una herramienta que usted va a apreciar en la medida en que domine el arte del lanzado.
Los verdaderos profesionales de la pesca a mosca, los que se van a Jardines de la Reina o Cayo Largo del Sur y pagan lo que pagan por un paisaje que no está en los mapas de Cuba y la posibilidad de inscribir su nombre en los registros internacionales del grand Slam, ni siquiera tienen que tomar en cuenta este comentario: en esas aguas prácticamente nadie tiene que emplear una cesta salvalíneas... y con el nombre del implemento ya se ha dicho todo, o casi. El inglés se le halla en algunos catálogos con el nombre de stripping basket, y además de evitar que la valiosa cuerda se enrede en objetos a bordo o pierda parte de sus características en el continuo roce con elementos como troncos, piedras o el arrecife costero, mantiene intacta la capacidad de respuesta a los impulsos de la caña y el correspondiente alcance de la mosca, cualidad que será disminuida incluso cuando la devanamos en la superficie del agua en los afamados flats antes mencionados.

De manera que, sin restar méritos a la caña, el carrete, la línea con el running line y el backing, la técnica del doble haul y, por supuesto, las moscas, la cesta salvalíneas parece ser la octava maravilla de la pesca con mosca. Con este sencillo componente del equipo atado a la cintura, en este archipiélago usted conquista lo mismo los pesqueros del Guanahacabibes, Playa Girón y el mítico “Sur” de la Isla de la Juventud, que las orillas herbosas de cualquier embalse donde la trucha y el sunfish serán diversión con las pequeñas moscas que semejan guajacones, camarones o lo que sea que usted se le ocurra prepararles en el menú.
Pescar en esos sitios con un equipo de mosca es un verdadero dolor de cabeza, debido a los continuos enganches de la línea, al sufrimiento por la presencia de los agresivos filos del “diente de perro”, que no lleva ese título por puro gusto del pescador, provocando pérdida de tiempo, lentitud en la pesquería y la pérdida de oportunidades que un equipo de esta clase puede contribuir a aprovechar, cuando asoma sorpresivo un pez y se le puede acertar con la mosca en su área de acometido, pero la línea se halla en el suelo o sobre la vegetación orillera y no responde de inmediato, y más bien asusta al pez cuando un súbito frenado la hace caer estrepitosa sobre el agua.
Las primeras cestas salvalíneas intentadas por acá eran propiamente eso, cestas, cómodas de llevar a la cintura, con capacidad para contener la línea bien acomodada en su interior, sin potenciales enredos, pero sin capacidad para retener la elusiva cuerda, que debido justamente a la mejor de sus cualidades se deslizaba fuera por su mismísimo peso.
A principios de mes llegó a la ciudad un nuevo amigo de CUBANOS DE PESCA, un biólogo y guía de pesca ruso con mucha experiencia en las aguas agrestes de aquel país, donde las inmensas truchas Taimen constituyen una novedad internacional. En una salida de familiarización realizada al día siguiente de su llegada, en el atuendo profesional de Mikhail Skopets llamaba la atención la condición artesanal de su cesta salvalíneas, lo mejor  del catálogo, por así decirlo, pues cumplía de manera total su cometido, sin dejar escapar un centímetro de cuerda que no fuera requerido por el pescador.
Levantamos el croquis del ingenio y en una mezcla universal de ruso, español e inglés completamos el proyecto que compartimos con ustedes:

Tomar un recipiente de plástico corriente de figura cúbica, empleados de manera corriente en la distribución de líquidos limpiadores, o para otros usos o consumos. El que tomamos de ejemplo, de unos cinco litros de capacidad, posee una altura total de 30 cm, 18 de ancho y unos 11 de profundidad.

Siguiendo las líneas de corte marcadas en azul en la ilustración, cortar el recipiente plástico para aprovechar su configuración en función del modelo de cesta que deseamos construir. En este caso desechamos la sección superior del recipiente, donde se encuentra la boquilla de llenado con su tapa y la agarradera, y rebajamos el espesor en unos 2 cm, quedándonos con una cajuela abierta arriba y al frente, de unos 18 X 18 X 9 cm.
  • Los vértices de las paredes de ambos costados serán redondeadas como se marca con la línea curva roja, para prever que ofrezcan eventual retención a la línea.
  • Mediante dos o tres perforaciones en la pared final, o antiguo fondo del recipiente, se fija una correa con su correspondiente hebilla para ajustar la cesta a la cintura.
  • Cuadricular el fondo para realizar más o menos veinte perforaciones con taladro, cuyo diámetro debe corresponder exactamente al de las espigas que se utilizarán como sujetadores de la línea mosquera. Estas espigas el guía ruso las ejecutó con monofilamento de nailon de 2 o 3 mm de diámetro, por unos 6 cm de altura. En todo caso, el material y dimensiones pueden ensayarse con más de una opción, siempre que la flexibilidad del material empleado permita que la línea pueda liberarse con facilidad durante el lanzado.
  • Fijar las espigas en sus perforaciones y asegurar con pegamento especial de cianocrilato, o sea, cola-loca.
 Ahora amontone la línea entre los pinchos, pruebe a lanzar... y compare.