Los verdaderos profesionales de
la pesca a mosca, los que se van a Jardines de la Reina o Cayo Largo del Sur y
pagan lo que pagan por un paisaje que no está en los mapas de Cuba y la
posibilidad de inscribir su nombre en los registros internacionales del grand
Slam, ni siquiera tienen que tomar en cuenta este comentario: en esas aguas
prácticamente nadie tiene que emplear una cesta salvalíneas... y con el nombre
del implemento ya se ha dicho todo, o casi. El inglés se le halla en algunos
catálogos con el nombre de stripping basket, y
además de evitar que la valiosa cuerda se enrede en objetos a bordo o pierda
parte de sus características en el continuo roce con elementos como troncos,
piedras o el arrecife costero, mantiene intacta la capacidad de respuesta a los
impulsos de la caña y el correspondiente alcance de la mosca, cualidad que será
disminuida incluso cuando la devanamos en la superficie del agua en los
afamados flats antes mencionados.
De manera que, sin restar méritos
a la caña, el carrete, la línea con el running line y el backing, la técnica
del doble haul y, por supuesto, las
moscas, la cesta salvalíneas parece ser la octava maravilla de la pesca con
mosca. Con este sencillo componente del equipo atado a la cintura, en este
archipiélago usted conquista lo mismo los pesqueros del Guanahacabibes, Playa
Girón y el mítico “Sur” de la Isla de la Juventud, que las orillas herbosas de
cualquier embalse donde la trucha y el sunfish serán diversión con las pequeñas
moscas que semejan guajacones, camarones o lo que sea que usted se le ocurra
prepararles en el menú.
Pescar en esos sitios con un
equipo de mosca es un verdadero dolor de cabeza, debido a los continuos
enganches de la línea, al sufrimiento por la presencia de los agresivos filos
del “diente de perro”, que no lleva ese título por puro gusto del pescador,
provocando pérdida de tiempo, lentitud en la pesquería y la pérdida de
oportunidades que un equipo de esta clase puede contribuir a aprovechar, cuando
asoma sorpresivo un pez y se le puede acertar con la mosca en su área de
acometido, pero la línea se halla en el suelo o sobre la vegetación orillera y
no responde de inmediato, y más bien asusta al pez cuando un súbito frenado la
hace caer estrepitosa sobre el agua.
Las primeras cestas salvalíneas
intentadas por acá eran propiamente eso, cestas, cómodas de llevar a la
cintura, con capacidad para contener la línea bien acomodada en su interior,
sin potenciales enredos, pero sin capacidad para retener la elusiva cuerda, que
debido justamente a la mejor de sus cualidades se deslizaba fuera por su
mismísimo peso.
A principios de mes llegó a la
ciudad un nuevo amigo de CUBANOS DE PESCA, un biólogo y guía de pesca ruso con
mucha experiencia en las aguas agrestes de aquel país, donde las inmensas
truchas Taimen constituyen una novedad internacional. En una salida de
familiarización realizada al día siguiente de su llegada, en el atuendo
profesional de Mikhail Skopets llamaba la atención la condición artesanal de su
cesta salvalíneas, lo mejor del
catálogo, por así decirlo, pues cumplía de manera total su cometido, sin dejar
escapar un centímetro de cuerda que no fuera requerido por el pescador.
Levantamos el croquis del ingenio
y en una mezcla universal de ruso, español e inglés completamos el proyecto que
compartimos con ustedes:
Siguiendo
las líneas de corte marcadas en azul en la ilustración, cortar el
recipiente plástico para aprovechar su configuración en función del modelo
de cesta que deseamos construir. En este caso desechamos la sección
superior del recipiente, donde se encuentra la boquilla de llenado con su
tapa y la agarradera, y rebajamos el espesor en unos 2 cm, quedándonos con
una cajuela abierta arriba y al frente, de unos 18 X 18 X 9 cm.
- Los vértices de las paredes de ambos costados serán redondeadas como se marca con la línea curva roja, para prever que ofrezcan eventual retención a la línea.
- Mediante dos o tres perforaciones en la pared final, o antiguo fondo del recipiente, se fija una correa con su correspondiente hebilla para ajustar la cesta a la cintura.
- Cuadricular el fondo para realizar más o menos veinte perforaciones con taladro, cuyo diámetro debe corresponder exactamente al de las espigas que se utilizarán como sujetadores de la línea mosquera. Estas espigas el guía ruso las ejecutó con monofilamento de nailon de 2 o 3 mm de diámetro, por unos 6 cm de altura. En todo caso, el material y dimensiones pueden ensayarse con más de una opción, siempre que la flexibilidad del material empleado permita que la línea pueda liberarse con facilidad durante el lanzado.
- Fijar
las espigas en sus perforaciones y asegurar con pegamento especial de
cianocrilato, o sea, cola-loca.